jueves, 31 de julio de 2008

Anabel y los duendes (Enrique Anderson Imbert)

Cada vez que la muerta Anabel se aparecía en el mundo de los duendes todos los duendecillos corrían a jugar con ella.
Siempre había un duendecillo que la amenazaba.
—No me podéis pegar —contestaba ella.
—Anabel tiene razón —dijo una vez un duende anciano que pasaba por allí—. En nuestro mundo de duendes, Anabel existe solamente como una sombra. Tampoco podríais pellizcarla si estuvierais en el mundo de la muerta Anabel, porque allá los duendes seríamos las sombras.
—¡Ah¡ —replicó el duendecillo—, pero si todos, Anabel y nosotros, nos fuéramos al mundo de los hombres vivos entonces sí seríamos iguales y el pellizco valdría.
—No, tampoco —observó Anabel—, porque en el mundo de los vivos no existimos.
Entonces el duendecillo siguió jugando con Anabel pero sin tocarse, como juega la imagen del pájaro con el aguazal en que se refleja.

Enrique Anderson Imbert

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